De la horizontalidad a la oligorrepresentación

De la horizontalidad a la oligorrepresentación

Las asambleas en las calles de Madrid en la primavera y el verano de 2011 tenían un carácter directo y constituyente, la voz se elevaba sin reparo y se dirigía no sólo a la audiencia directa sino al mismísimo Zapatero, el entonces inquilino de La Moncloa.

Las listas que se prepararon para las elecciones europeas en 2014 bajo la cara-logo de Pablo Iglesias supusieron un revulsivo democrático práctico para el régimen del 78 por el carácter vertiginosamente abierto –al menos formalmente- de sus primarias. Hasta el menor de los candidatos/as estaba íntimamente convencido de que todo el mundo se iba a leer su currículo y era posible el voto para ser elegido/a. La ruptura de los límites clásicos de la militancia (registro formal, cuota, definición estricta de ser miembro/a o no del partido y sus derechos asociados) y de la jerarquía generó un cambio de paradigma político.

Cuando llegaron las elecciones locales y autonómicas de mayo de 2015 ya habían cambiado muchas cosas, pero todavía existía cierta posibilidad de que personas anónimas y proyectos alternativos llegaran a puestos de responsabilidad a través de las Candidaturas de Unidad Popular. A finales de 2014 y principios de 2015 se instauró en Podemos un aparato interno que empezó a depurar líneas heterodoxas y a formalizar una organización a la antigua usanza, bloqueando candidaturas no afines.

Con todo, aquellos procesos de primarias que se sucedían sin solución de continuidad para elegir tanto órganos internos como candidaturas para concejales o diputadas se vivían por el pueblo sano y honrado con ilusión de verdadero cambio. Era una sensación de caos creativo que acabó contagiando al resto de los partidos en mayor o menor medida. Ni Sánchez ni Casado habrían tenido oportunidad de alcanzar sus puestos sin estos antecedentes.

Hoy nos encontramos a las puertas del nuevo ciclo de elecciones locales, en el cual esperábamos revalidar y mejorar las propuestas de unidad popular, corrigiendo los fallos y enriquecidos con la experiencia institucional, con voluntad de reivindicar el método abierto y democrático que derribó fronteras el 15M. ¿Es esto lo que está sucediendo en la preparación de las candidaturas a la izquierda del PSOE en los pueblos y ciudades de la Comunidad de Madrid? Evidentemente no.

No solo la todavía frágil convivencia entre IU y Podemos se está cerrando a influencias externas que no sean puramente decorativas, sino que ha aparecido un nuevo modelo electoral que amenaza con mandar al ostracismo el pálpito de las plazas y la esperanza de las cups, separando irremediablemente calle e instituciones y dando la razón a los que desconfiaban de presentarse a las elecciones.

El modelo de oligorrepresentación que plantea Manuela Carmena en Madrid (semejante al de Manuel Valls para Barcelona) es un nuevo giro a tener muy en cuenta por la incidencia que va a tener en el campo político municipal. Personas sin partido y tampoco sin movimientos, bases directas ni estructuras que las sustenten. Confían simplemente en su propia imagen pública para atraer los apoyos de ciertas organizaciones y los votos del electorado. Declaran tener como único fin gobernar en sus ayuntamientos, sin un proyecto político más allá de ejercer la gestión municipal. No admiten la posibilidad de quedarse en la oposición.

Ya se sabe que Más Madrid es la candidatura de Manuela Carmena, que ella elige a “su equipo” y que no quiere estar sujeta a ningún tipo de control, ni de los partidos ni de las organizaciones ni de los voluntarios que la apoyen. Por tanto el único juicio serán las urnas. Es decir, todo lo contrario a la democracia participativa por la que se ha estado peleando estos años.

Este modelo nos recuerda un rol muy conocido en la sociedad capitalista posmoderna: los entrenadores de fútbol de equipos de élite. Personas contratadas por sus dotes personales y profesionales para ganar títulos. Carismáticos y mediáticos, con capacidad de ejercer un mando que se les concede casi absoluto en su ámbito. Al albur de las encuestas, los resultados, los titulares o los pitidos en el campo, pero sin ligazón ideológica ni vital con su equipo. Lo mismo les da trabajar para uno que para otro, según el mejor postor, mientras sean ellos los que manden.

Nuestra visión de la política es muy diferente. La concebimos como una faceta más de la vida, que todas las personas debemos desarrollar implicándonos en la medida de lo posible en la gestión de la res pública, por lo que deben crearse las condiciones que lo posibiliten. Al oligopolio del poder contraponemos la capilaridad, de modo que cualquier iniciativa pueda ser planteada y cualquier necesidad cubierta. Es imprescindible que toda persona disponga de los medios necesarios para disfrutar una vida digna, desde el nacimiento a la muerte, que le permita evolucionar.

2019-01-27T12:51:27+00:0027/01/2019|Sin categoría|